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Invitación y bienvenida

Hola amig@s, bienvenid@s a este lugar, "Seguir la Senda.Ventana abierta", un blog que da comienzo e inicia su andadura el 6 de Diciembre de 2010, y con el que sólo busco compartir con ustedes algo de mi inventiva, artículos que tengo recogidos desde hace años, y también todo aquello bonito e instructivo que encuentro en Google o que llega a mí desde la red, y sin ánimo de lucro.

Si alguno de ustedes comprueba que es suyo y quiere que diga su procedencia, o por el contrario quiere que sea retirado de inmediato, por favor, comuníquenmelo y lo haré en seguida y sin demora.

Doy las gracias a tod@s mis amig@s blogueros que me visitan desde todas partes del mundo y de los cuales siempre aprendo algo nuevo. ¡¡¡Gracias de todo corazón y Bienvenid@s !!!!

Si lo desean, bajo la cabecera de "Seguir la Senda", se encuentran unos títulos que pulsando o haciendo clic sobre cada uno de ellos pueden acceder directamente a la sección que les interese. De igual manera, haciendo lo mismo en cada una de las imágenes de la línea vertical al lado izquierdo del blog a partir de "Ventana abierta", pasando por todos, hasta "Galería de imágenes", les conduce también al objetivo escogido.

Espero que todos los artículos que publique en mi blog -y también el de ustedes si así lo desean- les sirva de ayuda, y si les apetece comenten qué les parece...

Mi ventana y mi puerta siempre estarán abiertas para tod@s aquell@s que quieran visitarme. Dios les bendiga continuamente y en gran manera.

Aquí les recibo a ustedes como se merecen, alrededor de la mesa y junto a esta agradable meriendita virtual.

No hay mejor regalo y premio, que contar con su amistad.

No hay mejor regalo y premio, que contar con su amistad.
No hay mejor regalo y premio, que contar con su amistad. Les saluda atentamente: Mª Ángeles Grueso (Angelita)
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martes, 7 de abril de 2020

Las mil y una noches Sherezade. Cuento del joven encantado y los peces. Martes, 7 - Abril - 2020

 "Ventana abierta"

NOCHE 7

Ella dijo: He llegado a saber, oh rey afortunado, que cuando los peces empezaron a hablar, la joven volcó la sartén con la varita, y salió por donde había entrado, cerrándose la pared de nuevo.

Entonces el visir se levantó y dijo: "Es esta una cosa que verdaderamente no podría ocultar al rey". Después se marchó en busca del rey y le refirió lo que había pasado en su presencia. Y mandó llamar al pescador y le ordenó que volviera con cuatro peces iguales a los primeros, para lo cual le dio tres días de plazo. Pero el pescador marchó en seguida al estanque, y trajo inmediatamente los cuatro peces. Entonces el rey dispuso que le dieran cuatrocientos dinares, y volviéndose hacia el visir, le dijo: "Prepara tú mismo delante de mí esos pescados". Y el visir contestó: "Escucho y obedezco". Y entonces mandó llevar la sartén delante del rey, y se puso a freír los peces, después de haberlos limpiado bien, y en cuanto estuvieron fritos por un lado, los volvió del otro. Y de pronto se abrió la pared de la cocina y salió un negro semejante a un búfalo entre los búfalos, o a un gigante de la tribu de Had, y llevaba en la mano una rama verde, y dijo con voz clara y terrible: "oh peces, oh peces, ¿Seguís sosteniendo vuestra antigua promesa?".

Los peces levantaron la cabeza desde el fondo de la sartén, y dijeron: "Cierto que sí, cierto que sí". Y declamaron a coro estos versos: ¡Si tú vuelves hacia atrás, nosotros volveremos! ¡Si tú cumples tu promesa, nosotros cumpliremos la nuestra! ¡Pero si te resistes, gritaremos tanto que acabarás por ceder!

Después el negro se acercó a la sartén, la volcó con la rama, y los peces se abrasaron, convirtiéndose en carbón. El negro se fue entonces por el mismo sitio por donde había entrado. Y cuando hubo desaparecido de la vista de todos, dijo el rey: "Es éste un asunto sobre el cual, verdaderamente, no podríamos guardar silencio. Además, no hay duda que estos peces deben tener una historia muy extraña". Y entonces mandó llamar al pescador, y cuando se presentó el pescador le dijo: "¿De dónde proceden estos peces?". El pescador contestó: "De un estanque situado entre cuatro colinas, detrás de la montaña que domina tu ciudad". Y el rey, volviéndose hacia el pescador, le dijo: "¿Cuántos días se tarda en llegar a ese sitio?". Y dijo el pescador: "oh sultán, señor nuestro, basta con media hora".

El sultán quedó sorprendidísimo, y mandó a sus soldados que marchasen inmediatamente con el pescador. Y el pescador iba muy contrariado, maldiciendo en secreto al efrit. Y el rey y todos partieron y subieron a una montaña, y bajaron hasta una vasta llanura que en su vida habían visto anteriormente. Y el sultán y los soldados se asombraron de esta extensión desierta, situada entre cuatro montañas, y de aquel estanque en que jugaban peces de cuatro colores: rojos, blancos, azules y amarillos. El rey se detuvo y preguntó a los soldados y a cuantos estaban presentes: "¿Hay alguno de vosotros que haya visto anteriormente ese lago en este lugar?". Todos respondieron: "oh, no". Y el rey dijo: "Por Alah, que no volveré jamás a mi capital ni me sentaré en el trono de mi reino sin averiguar la verdad sobre este lago y los peces que encierra". Y mandó a los soldados que cercaran las montañas. Y los soldados así lo hicieron. Entonces el rey llamó a su visir. Porque este visir era hombre sabio, elocuente, versado en todas las ciencias.

Cuando se presentó ante el rey, éste le dijo: "Tengo intención de hacer una cosa y voy a enterarte de ella. Deseo aislarme completamente esta noche y marchar yo solo a descubrir el misterio de este lago y sus peces. Por consiguiente, te quedarás a la puerta de mi tienda, y dirás a los emires, visires y chambelanes: "El sultán está indispuesto y me ha mandado que no deje pasar a nadie. Y a ninguno revelarás mi intención". De este modo el visir no podía desobedecer.

Entonces el rey se disfrazó, y ciñéndose su espada, se escabulló de entre su gente sin que nadie lo viese. Y estuvo andando toda la noche sin detenerse hasta la mañana, en que el calor, demasiado excesivo, le obligó a descansar. Después anduvo durante todo el resto del día y durante la segunda noche hasta la mañana siguiente. Y he aquí que vio a lo lejos una cosa negra, y se alegró de ello y dijo: "Es probable que encuentre allí a alguien que me contará la historia del lago y sus peces". Y al acercarse a esta cosa negra vio que aquello era un palacio enteramente construido con piedras negras, reforzado con grandes chapas de hierro, y que una de las hojas de la puerta estaba abierta y la otra cerrada. Entonces se alegró mucho, y parándose ante la puerta, llamó suavemente, pero como no le contestasen llamó por segunda y por tercera vez. Después, y como seguían sin contestar, llamó por cuarta vez, pero con gran violencia, y nadie contestó tampoco. Entonces se dijo: "No hay duda, este palacio está desierto". Y en seguida, tomando ánimos, penetró por la puerta del palacio y llegó a un pasillo, y allí dijo en alta voz: "ah del palacio, que soy un extranjero, un caminante que pide provisiones para continuar su viaje".

Después reiteró su demanda por segunda y tercera vez, y como no le contestasen, afirmó su corazón y fortificó su alma, y siguió por aquel corredor hasta el centro del palacio. Y no encontró a nadie. Pero vio que todo el palacio estaba suntuosamente revestido de tapices y que en el centro de un patio interior había un estanque coronado por cuatro leones de oro rojo, de cuyas fauces brotaba un chorro de agua que semejaba perlas y pedrería. En torno veíanse numerosos pájaros, pero no podían volar fuera del palacio, por impedírselo una gran red tendida por encima de todo. Y el rey se maravilló al ver aquellas cosas, aunque afligiéndose por no encontrar a alguien que le pudiese revelar el enigma del lago, de los peces, de las montañas y del palacio. Después se sentó entre dos puertas, y meditó profundamente. Pero de pronto oyó una queja muy débil que parecía brotar de un corazón dolorido, y oyó una voz dulce que cantaba quedamente estos versos: ¡Mis sufrimientos ¡ay! no he podido ocultarlos, y mi mal de amores fue revelado! ¡Y ahora el sueño se aparta de mis ojos para convertirse en insomnio constante! ¡Oh amor! ¡Viniste al oír mi voz pero cuánta tortura dejaste mis pensamientos! ¡Ten piedad de mí! ¡Déjame gustar del reposo! ¡Y sobre todo, no vayáis a visitar a Aquella que es toda mi alma, para hacerla padecer! ¡Porque Ella es mi consuelo en las penas y peligros!

Cuando el rey oyó estas quejas amargas se levantó y se dirigió hacia el lugar de donde procedían. Llegó hasta una puerta cubierta por un tapiz. Levantó el tapiz, y en un gran salón vio un joven que estaba reclinado en un gran lecho. Este joven era muy hermoso; su frente parecía una flor, sus mejillas igual que la rosa, y en medio de una de ellas tenía un lunar como una gota de ámbar negro. Ya lo dijo el poeta: ¡El joven es esbelto y gentil! ¡Sus cabellos de tinieblas son tan negros que forman la noche! ¡Su frente es tan blanca que ilumina la noche! ¡Nunca los ojos de los hombres presenciaron una fiesta como el espectáculo de sus gracias! ¡Le conocerás entre todos los jóvenes por el lunar que tiene en la rosa de su mejilla, precisamente debajo de uno de sus ojos!

Al verle, el rey, muy complacido, le dijo: "¡La paz sea contigo!". El joven siguió echado en la cama, vistiendo un traje de seda bordado de oro. Con un acento de tristeza que parecía extenderse por toda su persona, devolvió el saludo del rey y le dijo: "oh señor, perdona que no me pueda levantar". Pero el rey contestó: "oh joven, entérame de la historia de ese lago y de sus peces de colores, así como del misterio de este palacio y de la causa de su soledad y de tus lágrimas".

Al oírlo, el joven derramó nuevas lágrimas, que corrían a lo largo de sus mejillas, y el rey se asombró y le dijo: "oh joven, ¿qué es lo que te hace llorar?". El joven respondió: "¿Cómo no he de llorar, si me veo en este estado?". Y alargando las manos hacia el borde de su túnica, la levantó. Entonces el rey vio que toda la mitad inferior del joven era de mármol, y la otra mitad, desde el ombligo hasta el cabello de la cabeza, era de un hombre. Y el joven dijo al rey: "Sabe, oh señor, que la historia de los peces es una cosa tan extraordinaria, que si se escribiera con una aguja en el ángulo interior del ojo, a fin de que todo el mundo la viera, sería una gran lección para el observador cuidadoso". Y el joven contó la historia que sigue:

CUENTO DEL JOVEN ENCANTADO Y LOS PECES

Sabe, oh señor, que mi padre era rey de esta ciudad. Se llamaba Mahmud, y era rey de las Islas Negras y de estas cuatro montañas. Mi padre reinó setenta años, y después se extinguió en la misericordia del Retribuidor. Después de su muerte, fui yo sultán y me casé con la hija de mi tía. Me quería con amor tan poderoso, que si por casualidad tenía que separarme de ella, no comía ni bebía hasta mi regreso. Y así siguió bajo mi protección durante cinco años, hasta que fue un día al hammam, después de haber mandado al cocinero que preparase los manjares para nuestra cena. Entré en el palacio y reclinándome en el lugar de costumbre, mandé a dos esclavas que me hicieran aire con los abanicos. Una se puso a mi cabeza y otra a mis pies. Pero pensando en la ausencia de mi esposa, se apoderó de mí el insomnio, y no pude conciliar el sueño, porque ¡si mis ojos se cerraban, mi alma permanecía en vela! Oí entonces a la esclava que estaba detrás de mi cabeza hablar de este modo a la que estaba a mis pies: "oh Masauda, ¡qué desventurada juventud la de nuestro dueño!, ¡qué tristeza para él tener una esposa como nuestra ama, tan pérfida y tan criminal!".

La otra respondió: ¡Maldiga Alah a las mujeres adúlteras! Porque esa infame nunca podrá tener un hombre mejor que nuestro dueño, y sin embargo, se pasa las noches en el lecho de unos y otros". Y la primera esclava dijo: "Nuestro dueño debe de ser muy impasible cuando no hace caso de las acciones de esa mujer". Y repuso la otra: "¿Pero qué dices? ¿Puede sospechar siquiera nuestro amo lo que hace ella? ¿Crees que la dejaría en libertad de obrar así? Has de saber que esa pérfida pone siempre algo en la copa en que bebe nuestro amo todas las noches antes de acostarse. Le echa banj, una droga como el extracto de beleño, y le hace dormir con eso. En tal estado, no puede saber lo que ocurre, ni a dónde va ella, ni lo qué hace. Entonces, después de darle a beber el banj, se viste y se va, dejándole solo, y no vuelve hasta el amanecer. Cuando regresa, le quema una cosa debajo de la nariz para que la huela, y así despierta nuestro amo de su sueño".

En el momento que oí, oh señor, lo que decían las esclavas, se cambió en tinieblas la luz de mis ojos. Y deseaba ardientemente que viniera la noche para encontrarme de nuevo con la hija de mi tío. Por fin volvió del hammam (del baño). Y entonces se puso la mesa, y estuvimos comiendo durante una hora, dándonos mutuamente de beber, como de costumbre, después pedí el vino que solía beber todas las noches antes de acostarme, y ella me acercó la copa. Pero yo me guardé muy bien de beber, y fingí que la llevaba a los labios, como de costumbre, pero la derramé rápidamente por la abertura de mi túnica, y en la misma hora y en el mismo instante me eché en la cama, haciéndome el dormido.

Ella dijo entonces: "¡Duerme! ¡Y así no te despiertes nunca más! ¡Por Alah, te detesto! Y detesto hasta tu imagen, y mi alma está harta de tu trato". Después se levantó, se puso su mejor vestido, se perfumó, se ciñó una espada, y abriendo la puerta del palacio se marchó. En seguida me levanté yo también, y la fui siguiendo hasta que hubo salido del palacio. Y atravesó todos los zocos, y llegó por fin hasta las puertas de la ciudad, que estaban cerradas. Entonces habló a las puertas en un lenguaje que no entendí, y los cerrojos cayeron y las puertas se abrieron, y ella salió. Y yo eché a andar detrás de ella, sin que lo notase, hasta que llegó a unas colinas formadas por los amontonamientos de escombros, y a una torre coronada por una cúpula y construida de ladrillos. Ella entró por la puerta, y yo me subí a lo alto de la cúpula, donde había una terraza, y desde allí me puse a vigilarla. Y he aquí que ella entró en la habitación de un negro muy negro. Este negro era horrible, tenía el labio superior como la tapadera de una marmita y el inferior como la marmita misma, ambos tan colgantes, que podían escoger los guijarros entre la arena. Estaba podrido de enfermedades y tendido sobre un montón de cañas de azúcar.

Al verle, la hija de mi tío besó la tierra entre sus manos, y él levantó la cabeza hacia ella, y le dijo: "¡Desdichas sobre ti! ¿Cómo has tardado tanto? He convidado a los negros, que se han bebido el vino y se han entrelazado ya con sus queridas. Y yo no he querido beber por causa tuya". Ella contestó: "oh dueño mío, querido de mi corazón, ¿no sabes que estoy casada con el hijo de mi tío, que detesto hasta su imagen y que me horroriza estar con él? Si no fuese por el temor de hacerte daño, hace tiempo que habría derruído toda la ciudad, en la que sólo se oiría la voz de la corneja y el mochuelo, y además habría transportado las ruinas al otro lado del Caucaso". Y contestó el negro: "¡Mientes, infame! Juro por el honor y por las cualidades viriles de los negros, y por nuestra infinita superioridad sobre los blancos, que como vuelvas a retrasarte otra vez, a partir de este día, repudiaré tu trato y no pondré mi cuerpo encima del tuyo. ¡Oh pérfida traidora! De seguro que te has retrasado para saciar en otra parte tus deseos de hembra. ¡Qué basura! ¡Eres la más despreciable de las mujeres blancas!". Después la cogió debajo de él. Y llegó entre ellos aquello que llegó.

Así narraba el príncipe dirigiéndose al rey. Y prosiguió de este modo: Cuando oí toda aquella conversación y vi con mis propios ojos eso que siguió entre ambos, el mundo se convirtió en tinieblas para mí y no supe ni dónde estaba. En seguida la hija de mi tío rompió a llorar y a lamentarse humildemente entre las manos del negro, y le decía: "oh, amante mío, orgullo de mi corazón, ¡no tengo a nadie más que a ti, y si me despidieses me moriría! Oh, amor mío, luz de mis ojos". Y no cesó en su llanto ni en sus súplicas hasta que la hubo perdonado. Entonces, llena de alegría, se levantó, se quitó todos los vestidos, incluso el calzón, y se quedó completamente desnuda. Y dijo después: "Amo mío, ¿tienes con qué alimentar a tu esclava?". Y contestó el negro: "Levanta la tapadera de la cacerola, allí encontrarás un guisado de huesos de ratones, que ha de satisfacerte. En este jarro que ves ahí hay buza (bebida fermentada de baja calidad muy apreciada por los negros) y la puedes beber". Y ella comió y bebió y fue a lavarse las manos. Después se acostó sobre el montón de cañas, y completamente desnuda se acurrucó contra el negro, cubriéndose con unos harapos infectos.

Al ver todas estas cosas que hacía la hija de mi tío, no pude contenerme más, y bajando de la cúpula y precipitándome en la habitación, cogí la espada que llevaba la hija de mi tío, resuelto a matar a ambos. Y comencé por herir primeramente al negro, dándole un tajo en el cuello, y creí que había perecido"… En este momento de su narración, Schehrazada vio aproximarse la mañana, y se calló discretamente. Cuando lució la mañana, Schahriar entró en la sala de justicia, y el diwán estuvo lleno hasta el fin del día. Después el rey volvió a palacio, y Doniazada dijo a su hermana: "Te ruego que prosigas tu relato". Y ella respondió: "De todo corazón, y como homenaje debido".

lunes, 6 de abril de 2020

Las mil y una noches Sherezade. HISTORIA DEL PESCADOR Y EL EFRIT, FINAL. LUNES, 6 - Abril - 2020

 "Ventana abierta"

NOCHE 6

Schehrazada dijo: He llegado a saber, oh rey afortunado, que el pescador dijo al efrit: "Si me hubieras conservado, yo te habría conservado, pero no has querido más que mi muerte, y te haré morir prisionero en un jarrón y te arrojaré a ese mar".

HISTORIA DEL PESCADOR Y EL EFRIT, FINAL

Tras lo cual, el efrit le contestó: "Por Alah, oh pescador, que no lo hagas; y consérvame generosamente, sin reconvenirme por mi acción, pues si yo fui criminal tú debes ser benéfico, y los proverbios conocidos dicen ¡Oh tú, que haces bien a quien mal hizo; perdona sin restricciones el crimen del malhechor! Ahora, oh pescador, no hagas conmigo lo que hizo Umama con Atika".

El pescador dijo: "¿Y qué caso fue ese?". Y respondió el efrit: "No es ocasión para contarlo estando encarcelado. Cuando tú me dejes salir, yo te contaré ese caso". Pero el pescador dijo: "¡Oh, eso nunca! Es absolutamente necesario que yo te eche al mar, sin que tengas medio de salir. Cuando yo supliqué y te imploraba, tú deseabas mi muerte, sin que hubiera cometido ninguna falta contra ti, ni bajeza alguna, sino únicamente favorecerte, sacándote de ese calabozo. He comprendido, por tu conducta conmigo, que eres de mala raza. Pero has de saber que voy a echarte al mar, y enteraré de lo ocurrido a todos los que intenten sacarte, y así te arrojarán de nuevo, y entonces permanecerás en ese mar hasta el fin de los tiempos para disfrutar todos los suplicios". El efrit le contestó: "Suéltame, que ha llegado el momento de contarte la historia. Además, te prometo no hacerte jamás ningún daño, y te seré muy útil en un asunto que te enriquecerá para siempre".

Entonces el pescador se fijó bien en esta promesa de que si libertaba al efrit, no sólo no le haría jamás daño, sino que le favorecería en un buen negocio. Y cuando se aseguró firmemente de su fe y de su promesa, y le tomó juramento por el nombre de Alah Todopoderoso, el pescador abrió el jarrón. Entonces el humo empezó a subir, hasta que salió completamente, y se convirtió en un efrit, cuyo rostro era espantosamente horrible. El efrit dio un puntapié al jarrón y lo tiró al mar.

Cuando el pescador vio que el jarrón iba camino del mar, dio por segura su propia perdición, y orinándose encima, dijo: "Verdaderamente, no es esto una buena señal". Después intentó tranquilizarse y dijo: "oh efrit, Alah Todopoderoso ha dicho Hay que cumplir los juramentos, porque se os exigirá cuenta de ellos. Y tú prometiste y juraste que no me harías traición. Y si me la hicieses, Alah te castigará, porque es celoso, es paciente y no olvida. Y yo te digo lo que el médico Ruyán al rey Yunán: "Consérvame, y Alah te conservará".

Al oír estas palabras, el efrit rompió a reír y echando a andar delante de él, dijo: "oh pescador, sígueme". Y el pescador echó a andar detrás de él, aunque sin mucha confianza en su salvación. Y así salieron completamente de la ciudad, y se perdieron de vista, y subieron a una montaña, y bajaron a una vasta llanura, en medio de la cual había un lago. Entonces el efrit se detuvo, y mandó al pescador que echara la red y pescase. Y el pescador miró a través del agua, y vio peces blancos y peces rojos, azules y amarillos. Al verlos se maravilló el pescador; después echó su red y cuando la hubo sacado encontró en ella cuatro peces, cada uno de color distinto.

Se alegró mucho, y el efrit le dijo: "Ve con esos peces al palacio del sultán, ofrécelos y te dará con qué enriquecerte. Y, mientras tanto, por Alah, discúlpame mis rudezas, pues olvidé los buenos modales con mi larga estancia en el fondo del mar, donde me he pasado mil ochocientos años sin ver el mundo ni la superficie de la tierra. En cuanto a ti, vendrás todos los días a pescar a este sitio, pero nada más que una vez. Y ahora, que Alah te guarde con su protección".

El efrit golpeó con sus dos pies en tierra, y la tierra se abrió y le tragó.

Entonces el pescador volvió a la ciudad, muy maravillado de lo que le había ocurrido con el efrit. Después cogió los peces y los llevó a su casa, y en seguida, cogiendo una olla de barro, la llenó de agua y colocó en ella los peces, que comenzaron a nadar en el agua contenida en la olla. Después se puso esta olla en la cabeza y se encaminó al palacio del rey, según el efrit le había encargado. Cuando el pescador se presentó al rey y le ofreció los peces, el rey se asombró hasta el límite del asombro al ver aquellos peces que le ofrecía el pescador, porque nunca los había visto en su vida, ni de aquella especie ni de aquella calidad, y dispuso: "Que entreguen esos peces a nuestra cocinera negra". Porque esta esclava se la había regalado, hacía tres días solamente, el rey de los Rum, y aun no había tenido ocasión de lucirse en su arte de la cocina.

El visir le mandó que friera los peces, y le dijo: "oh buena negra, me encarga el rey que te diga Si te guardo como un tesoro, oh gota de mis ojos, es porque te reservo para el día del ataque. De modo que demuéstranos hoy tu arte de cocinera y lo bueno de tus platos". Dicho esto, volvió el visir después de hacer sus encargos, y el rey ordenó que diera al pescador cuatrocientos dinares. Habiéndoselos dado el visir, los guardó el pescador en una halda de su túnica, y volvió a su casa, cerca de su esposa, lleno de alegría y de expansión. Después compró a sus hijos todo lo que podían necesitar. Y hasta aquí es lo que le ocurrió al pescador.

En cuanto a la negra, cogió los peces, los limpió y los puso en la sartén. Después dejó que se frieran bien por un lado y los volvió en seguida del otro. Pero entonces, súbitamente, se abrió la pared de la cocina, y por allí se filtró en la cocina una joven de esbelto talle, mejillas redondas y tersas, párpados pintados con kohl negro, rostro gentil y cuerpo graciosamente inclinado. Llevaba en la cabeza un velo de seda azul, pendientes en las orejas, brazaletes en las muñecas, y en los dedos sortijas con piedras preciosas. Tenía en la mano una varita de bambú. Se acercó, y metiendo la varita en la sartén, dijo: "oh peces, ¿seguís sosteniendo vuestra promesa?". Al ver aquello la esclava se desmayó y la joven repitió su pregunta por segunda y tercera vez. Entonces todos los peces levantaron la cabeza desde el fondo de la sartén, y dijeron: "oh, sí, oh, sí". Y entonaron a coro la siguiente estrofa: ¡Si tú vuelves sobre tus pasos, nosotros te imitaremos! ¡Si tú cumples tu promesa, nosotros cumpliremos la nuestra! ¡Pero si quisieras escaparte, no hemos de cejar hasta que te declares vencida! Al oír estas palabras, la joven derribó la sartén, y salió por el mismo sitio por donde había entrado, y el muro de la cocina se cerró de nuevo.

Cuando la esclava volvió de su desmayo, vio que se habían quemado los cuatro peces, y estaban negros como el carbón. Y comenzó a decir: "¡Pobres pescados! ¡Pobres pescados!". Y mientras seguía la mentándose, he aquí que se presentó el visir, asomándose por detrás de su cabeza, y le dijo: "Llévale los pescados al sultán". La esclava se echó a llorar, y le contó al visir la historia de lo que había ocurrido, y el visir se quedó muy maravillado, y dijo: "Eso es verdaderamente una historia muy rara". Y mandó buscar al pescador, y en cuanto se presentó el pescador, le dijo: "Es absolutamente indispensable que vuelvas con cuatro peces como los que trajiste la primera vez".

El pescador se dirigió al estanque, echó su red y la sacó conteniendo cuatro peces, que cogió y llevó al visir. Y el visir fue a entregárselos a la negra, y le dijo: "¡Levántate! ¡Vas a freírlos en mi presencia, para que yo vea qué asunto es éste!". La negra se levantó, preparó los peces y los puso al fuego en la sartén. Y apenas habían pasado unos minutos, hete aquí que se hendió la pared, y apareció la joven vestida siempre con las mismas vestiduras, y llevando siempre la varita en la mano. Metió la varita en la sartén, y dijo: "oh peces, oh peces, ¿seguís cumpliendo vuestra antigua promesa?". Y los peces levantaron la cabeza, y cantaron a coro esta estrofa: ¡Si tú vuelves sobre tus pasos, nosotros te imitaremos! ¡Si tú cumples tu juramento, nosotros cumpliremos el nuestro! Pero si tú reniegas de tus compromisos, gritaremos de tal modo que nos resarciremos!... En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

domingo, 5 de abril de 2020

Las mil y una noches parte 5 | Cuento del halcón del rey Sindabad. Domingo, 5 - Abril - 2020

 "Ventana abierta"

Las mil y una noches Sherezade. CUENTO DEL HALCÓN DEL REY SINDABAD. Y DEL PRÍNCIPE Y LA VAMPIRO. Domingo, 5 - Abril - 2020

   "Ventana abierta"

NOCHE 5

Tras la cosa acostumbrada de Schehrazada con el rey, su señor, ella dijo: He llegado a saber, oh rey afortunado, que el rey Yunán dijo a su visir: "Visir, has dejado entrar en ti la envidia contra el médico, y quieres que yo lo mate para que luego me arrepienta, como se arrepintió el rey Sindabad después de haber matado al halcón". El visir preguntó: "¿Y cómo ocurrió eso?". Entonces el rey Yunán contó:

CUENTO DEL HALCÓN DEL REY SINDABAD

Dicen que entre los reyes de Fars hubo uno muy aficionado a diversiones, a paseos por los jardines y a toda especie de cacerías. Tenía un halcón adiestrado por él mismo, y no lo dejaba de día ni de noche, pues hasta por la noche lo tenía sujeto al puño. Cuando iba de caza lo llevaba consigo, y le había colgado del cuello un vasito de oro, en el cual le daba de beber. Un día estaba el rey sentado en su palacio, y vio de pronto venir al wekil (al intendente) que estaba encargado de las aves de caza, y le dijo: "oh rey de los siglos, llegó la época de ir de caza". Entonces el rey hizo sus preparativos y se puso el halcón en el puño. Salieron después y llegaron a un valle, donde armaron las redes de caza. Y de pronto cayó una gacela en las redes. Entonces dijo el rey: "Mataré a aquel por cuyo lado pase la gacela".

Empezaron a estrechar la red en torno de la gacela, que se aproximó al rey y se enderezó sobre las patas como si quisiera besar la tierra delante del rey. Entonces el rey comenzó a dar palmaditas para hacer huir a la gacela, pero ésta brincó y pasó por encima de su cabeza y se internó tierra adentro.

El rey se volvió entonces hacia los guardias, y vio que guiñaban los ojos maliciosamente. Al presenciar tal cosa, le dijo al visir: "¿Por qué se hacen esas señas mis soldados?". Y el visir contestó: "Dicen que has jurado matar a aquel por cuya proximidad pasase la gacela". Y el rey exclamó: "Por mi vida, ¡hay que perseguir y alcanzar a esa gacela!". Y se puso a galopar, siguiendo el rastro, y pudo alcanzarla. El halcón le dio con el pico en los ojos de tal manera, que la cegó y la hizo sentir vértigos. Entonces el rey empuñó su maza, golpeando con ella a la gacela hasta hacerla caer desplomada. En seguida descabalgó, degollándola y desollándola, y colgó del arzón de la silla los despojos.

Hacía bastante calor, y aquel lugar era desierto, árido, y carecía de agua. El rey tenía sed y también el caballo. Y el rey se volvió y vio un árbol del cual brotaba agua como manteca. El rey llevaba la mano cubierta con un guante de piel; cogió el vasito del cuello del halcón, lo llenó de aquella agua, y lo colocó delante del ave, pero ésta dio con la pata al vaso y lo volcó. El rey cogió el vaso por segunda vez, lo llenó, y como seguía creyendo que el halcón tenía sed, se lo puso delante, pero el halcón le dio con la pata por segunda vez, y lo volcó. Y el rey se encolerizó contra el halcón, y cogió por tercera vez el vaso, pero se lo presentó al caballo, y el halcón derribó el vaso con el ala.

Entonces dijo el rey: "¡Alah te sepulte, oh la más nefasta de las aves de mal agüero! No me has dejado beber, ni has bebido tú, ni has dejado que beba el caballo". Y dio con su espada al halcón y le cortó las alas. Entonces el halcón, irguiendo la cabeza, le dijo por señas: "Mira lo que hay en el árbol". Y el rey levantó los ojos y vio en el árbol una serpiente, y el líquido que corría era su veneno. Entonces el rey se arrepintió de haberle cortado las alas al halcón. Después se levantó, montó a caballo, se fue, llevándose la gacela, y llegó a su palacio.

Le dio la gacela al cocinero, y le dijo: "Tómala y guísala". Luego se sentó en su trono, sin soltar al halcón. Pero el halcón, tras una especie de estertor, murió. El rey, al ver esto, prorrumpió en gritos de dolor y de amargura por haber matado al halcón que le había salvado de la muerte. ¡Tal es la historia del rey Sindabad!

Cuando el visir hubo oído el relato del rey Yunán, le dijo: "oh gran rey lleno de dignidad, ¿qué daño he hecho yo cuyos funestos efectos hayas tú podido ver? Obro así por compasión hacia tu persona. Y ya verás cómo digo la verdad. Si me haces caso podrás salvarte, y si no, perecerás como pereció un visir astuto que engañó al hijo de un rey entre los reyes".

CUENTO DEL PRÍNCIPE Y LA VAMPIRO

El rey de que se trata tenía un hijo aficionadísimo a la caza con galgos, y tenía también un visir. El rey mandó al visir que acompañara a su hijo allá donde fuese. Un día entre los días, el hijo salió a cazar con galgos, y con él salió el visir. Y ambos vieron un animal monstruoso. Y el visir dijo al hijo del rey: "¡Anda contra esa fiera! ¡Persíguela!". Y el príncipe se puso a perseguir a la fiera hasta que todos le perdieron de vista. De pronto la fiera desapareció del desierto. Y el príncipe permanecía perplejo, sin saber hacia dónde ir, cuando vio en lo más alto del camino una joven esclava que estaba llorando. El príncipe le preguntó: "¿Quién eres?". Y ella respondió: "Soy la hija de un rey de reyes de la India. Iba con la caravana por el desierto, sentí ganas de dormir, y me caí de la cabalgadura sin darme cuenta. Entonces me encontré sola y abandonada".

A estas palabras, sintió lástima el príncipe y emprendió la marcha con la joven, llevándola a la grupa de su mismo caballo. Al pasar frente a un bosquecillo, la esclava le dijo: "oh señor, desearía evacuar una necesidad". El príncipe la desmontó junto al bosquecillo, y viendo que tardaba mucho, marchó detrás de ella sin que la esclava pudiera enterarse. La esclava era un vampiro, y estaba diciendo a sus hijos: "¡Hijos míos, os traigo un joven muy robusto!". Y ellos dijeron: "¡Tráenoslo, madre, para que lo devoremos!". Cuando lo oyó el príncipe, ya no pudo dudar de su próxima muerte, y las carnes le temblaban de terror mientras volvía al camino. Cuando salió la vampiro de su cubil, al ver al príncipe temblar como un cobarde, le preguntó: "¿Por qué tienes miedo?". Y él dijo: "Hay un enemigo que me inspira temor". Y prosiguió la vampiro: "Me has dicho que eres un príncipe". Y respondió él: "Así es la verdad". Y ella le dijo: "Y entonces, ¿por qué no das algún dinero a tu enemigo para satisfacerle?". El príncipe replicó: "No se satisface con dinero. Sólo se contenta con el alma. Por eso tengo miedo, como víctima de una injusticia". Y la vampiro le dijo: "Si te persiguen como afirmas, pide contra tu enemigo la ayuda de Alah, y Él te librará de sus maleficios y de los maleficios de aquellos de quienes tienes miedo".

Entonces el príncipe levantó la cabeza al cielo y dijo: "oh tú, que atiendes al oprimido que te implora, hazme triunfar de mi enemigo, y aléjale de mí, pues tienes poder para cuanto deseas".

Cuando la vampiro oyó estas palabras, desapareció. Y el príncipe pudo regresar al lado de su padre, y le dio cuenta del mal consejo del visir. Y el rey mandó matar al visir".

En seguida el visir del rey Yunán prosiguió de este modo: ¡Y tú, oh rey, si te fías de ese médico, cuenta que te matará con la peor de las muertes! Aunque le hayas colmado de favores, y le hayas hecho tu amigo, está preparando tu muerte. ¿Sabes por qué te curó de tu enfermedad por el exterior de tu cuerpo, mediante una cosa que tuviste en la mano? ¿No crees que es sencillamente para causar tu pérdida con una segunda cosa que te mandará también coger?".

Entonces el rey Yunán dijo: "Dices la verdad. Hágase según tu opinión, oh visir bien aconsejado. Porque es muy probable que ese médico haya venido ocultamente como un espía para ser mi perdición. Si me ha curado con una cosa que he tenido en la mano, muy bien podría perderme con otra que, por ejemplo, me diera a oler". Y luego el rey Yunán dijo a su visir: "oh visir, ¿qué debemos hacer con él?". Y el visir respondió: "Hay que mandar inmediatamente que le traigan, y cuando se presente aquí degollarlo, y así te librarás de sus maleficios, y quedarás desahogado y tranquilo. Hazle traición antes que él te la haga a ti".

El rey Yunán dijo: "Verdad dices, ¡oh visir!". Después el rey mandó llamar al médico, que se presentó alegre, ignorando lo que había resuelto el Clemente. El poeta lo dice en sus versos: ¡Oh tu, que temes los embates del Destino tranquilízate! ¿ No sabes que todo está en. las manos de Aquel que ha formado la tierra? Porque lo que está escrito, escrito está y no se borra nunca! ¡Y lo que no está escrito no hay por qué temerlo! ¡Y tu Señor! ¿Podré dejar pasar un día sin cantar tus alabanzas? ¿Para quién reservaría sino el don maravilloso de mi estilo rimado y mi lengua de Poeta? ¡Cada nuevo don que recibo de tus manos, ¡oh Señor! es más hermoso que el precedente v se anticipa a mis deseos! Por eso, ¿cómo no cantar tu gloria, toda tu gloria, y alabarte en mi alma y en público? ¡Pero he de confesar que nunca tendrán mis labios elocuencia bastante, ni mi pecho fuerza suficiente para cantar y para llevar los beneficios de que me has colmado! ¡Oh tu que dudas, confía tus asuntos a las manos de Alah, el único Sabio! ¡Y así que lo hagas tu corazón nada tendrá que temer por parte de los hombres! ¡Sabes también que nada se puede hacer por tu voluntad, sino por la voluntad del Sabio de los Sabios! ¡No desesperes pues, nunca y olvida todas las tristezas y todas las zozobras! ¿No sabes que las zozobras destruyen el corazón más firme y más fuerte? ¡Abandónaselo todo! ¡Nuestros proyectos no son más que proyectos de esclavos impotentes ante el único Ordenador!. ¡Déjate llevar! ¡Así disfrutarás de una paz duradera!

Cuando se presentó el médico Ruyán, el rey le dijo: "¿Sabes por qué te he hecho venir a mi presencia?". El médico contestó: "Nadie sabe lo desconocido, más que Alah el Altísimo". El rey le dijo: "Te he mandado llamar para matarte y arrancarte el alma". Y el médico Ruyán, al oír estas palabras, se sintió asombrado, con el más prodigioso asombro, y dijo: "oh rey, ¿por qué me has de matar? ¿Qué falta he cometido?". El rey contestó: "Dicen que eres un espía y que viniste para matarme. Por eso te voy a matar antes de que me mates". Después el rey llamó al porta-alfanje y le dijo: "¡Corta la cabeza a ese traidor y líbranos de sus maleficios!". El médico le dijo: "Consérvame la vida, y Alah te la conservará. No me mates, si no Alah te matará también". Después reiteró la súplica, como yo lo hice dirigiéndome a ti, oh efrit, sin que me hicieras caso, pues, por el contrario, persististe en desear mi muerte.

En seguida, el rey Yunán dijo al médico: "No podré vivir confiado ni estar tranquilo como no te mate. Porque si me has curado con una cosa que tuve en la mano, creo que me matarás con otra cosa que me des a oler o de cualquier modo". Y dijo el médico: "oh rey, ¿es ésta tu recompensa? ¿Así devuelves mal por bien?". Pero el rey insistió: "No hay más remedio que darte la muerte sin demora". Y cuando el médico se convenció de que el rey quería matarle sin remedio, lloró y se afligió al recordar los favores que había hecho a quienes no los merecían. Ya lo dice el poeta: ¡La joven y loca Moimuna es verdaderamente bien pobre de espíritu! ¡Pero su padre, en cambio, es un hombre de gran corazón y considerado entre los mejores! ¡Miradle, pues! ¡Nunca anda sin su farol en la mano, y así evita el lodo de los caminos, el polvo de las carreteras y los resbalones peligrosos!

En seguida se adelantó el porta-alfanje, vendó los ojos del médico y, sacando la espada, dijo al rey: "Con tu venia". Pero el médico seguía llorando y suplicando al rey: "Consérvame la vida, y Alah te la conservará. No me mates, o Alah te matará a ti". Y recitó estos versos de un poeta: ¡Mis consejos no tuvieron ningún éxito, mientras que los consejos de los ignorantes conseguían su propósito! ¡No recogí más que desprecios! ¡Por esto, si logro vivir, me guardaré mucho de aconsejar! ¡Y si muero, mi ejemplo servirá a los demás para que enmudezca su lengua! Después, dijo al rey: "¿Es ésta tu recompensa? He aquí que me tratas como hizo un cocodrilo". Entonces preguntó el rey: "¿Qué historia es esa de un cocodrilo?". Y el médico dijo: "oh señor, no es posible contarla en este estado. ¡Por Alah sobre ti! Consérvame la vida y Alah te la conservará!".

Después comenzó a derramar copiosas lágrimas. Entonces algunos de los favoritos del rey se levantaron y dijeron: "oh rey, concédenos la sangre de este médico, pues nunca le hemos visto obrar en contra tuya; al contrario, le vimos librarte de aquella enfermedad que había resistido a los médicos y a los sabios". El rey les contestó: "Ignoráis la causa de que mate a este médico; si lo dejo con vida, mi perdición es segura, porque si me curó de la enfermedad con una cosa que tuve en la mano, muy bien podría matarme dándome a oler cualquier otra. Tengo mucho miedo de que me asesine para cobrar el precio de mi muerte, pues debe ser un espía que ha venido a matarme. Su muerte es necesaria; sólo así podré perder mis temores". Entonces el médico imploró otra vez: "Consérvame la vida para que Alah te la conserve; y no me mates, para que no te mate Alah".

Pero, oh efrit, cuando el médico se convenció de que el rey lo iba a hacer matar sin remedio, dijo: "oh rey, si mi muerte es realmente necesaria, déjame ir a casa para despachar mis asuntos, encargar a mis parientes y vecinos que cuiden de enterrarme, y sobre todo para regalar mis libros de medicina. A fe que tengo un libro que es verdaderamente el extracto de los extractos y la rareza de las rarezas, que quiero legarte como un obsequio para que lo conserves cuidadosamente en tu armario".

Entonces el rey preguntó al médico: "¿Qué libro es ese?". Y el médico contestó: "Contiene cosas inestimables; el menor de los secretos que revela es el siguiente: Cuando me corten la cabeza, abre el libro, cuenta tres hojas y vuélvelas; lee en seguida tres renglones de la página de la izquierda; y entonces la cabeza cortada te hablará y contestará a todas las preguntas que le dirijas".

Al oír estas palabras el rey se asombró hasta el límite del asombro, y estremeciéndose de alegría y de emoción, dijo: "oh médico, ¿hasta cortándote la cabeza hablarás?". El médico respondió: "Sí, en verdad, oh rey, es efectivamente una cosa prodigiosa". Entonces el rey le permitió que saliera, aunque escoltado por guardianes, y el médico llegó a su casa, y despachó sus asuntos aquel día, y al siguiente día también. Y el rey subió al diwán, y acudieron los emires, los visires, los chambelanes, los nawabs (lugartenientes del rey) y todos los jefes del reino, y el diwán parecía un jardín lleno de flores.

Entonces entró el médico en el diwán y se colocó de pie ante el rey, con un libro muy viejo y una cajita de colirio llena de unos polvos. Después se sentó y dijo: "Que me traigan una bandeja". Le llevaron una bandeja, y vertió los polvos, y los extendió por la superficie. Y dijo entonces: "oh rey, coge ese libro, pero no lo abras antes de cortarme la cabeza. Cuando la hayas cortado colócala en la bandeja y manda que la aprieten bien contra los polvos para restañar la sangre. Después abrirás el libro".

Pero el rey, lleno de impaciencia no le escuchaba ya; cogió el libro y lo abrió, pero encontró las hojas pegadas unas a otras. Entonces metiendo su dedo en la boca, lo mojó con su saliva y logró despegar la primera hoja. Lo mismo tuvo que hacer con la segunda y la tercera hoja, y cada vez se abrían las hojas con más dificultad. De ese modo abrió el rey seis hojas, y trató de leerlas, pero no pudo encontrar ninguna clase de escritura. Y el rey dijo: "oh médico, no hay nada escrito".

El médico respondió: "Sigue volviendo más hojas del mismo modo". Y el rey siguió volviendo más hojas. Pero apenas habían pasado algunos instantes circuló el veneno por el organismo del rey en el momento y en la hora misma, pues el libro estaba envenenado. Y entonces sufrió el rey horribles convulsiones, y exclamó: "¡El veneno circula!". Y después el médico Ruyán comenzó a improvisar versos diciendo: ¡Esos jueces! ¡Han juzgado, pero excediéndose en sus derechos y contra toda justicia! ¡Y sin embargo, oh Señor, la justicia existe! ¡A su vez fueron juzgados! ¡Si hubieran sido íntegros y buenos, se les habría perdonado! ¡Pero oprimieron y la suerte los ha oprimido y les ha abrumado con las peores tribulaciones! ¡Ahora son motivo de burla y de piedad para el transeúnte! ¡Esa es la ley! ¡Esto a cambio de aquello! ¡Y el Destino se ha cumplido con toda lógica!

Cuando Ruyán el médico acababa su recitado, cayó muerto el rey. Sabe ahora, oh efrit, que si el rey Yunán hubiera conservado al médico Ruyán, Alah a su vez le habría conservado. Pero al negarse, decidió su propia muerte. Y si tú, oh efrit, hubieses querido conservarme, Alah te habría conservado... En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente. Y su hermana Doniazada le dijo: "¡Qué deliciosas son tus palabras!". Schehrazada contestó: "Nada es eso comparado con lo que os contaré la noche próxima, si vivo todavía y el rey tiene a bien conservarme". Y pasaron aquella noche en la dicha completa y en la felicidad hasta por la mañana. Después el rey se dirigió al diwán. Y cuando terminó el diwán, volvió a su palacio y se reunió con los suyos.

sábado, 4 de abril de 2020

Las mil y una noches parte 4 | cuento del pescador y el Efrit. Sábado, 4 - Abril - 2020

 "Ventana abierta"

Las mil y una noches Sherezade. CUENTO DEL VISIR YUNAN Y EL MEDICO RUYAN. Sábado, 4 - Abril - 2020

  "Ventana abierta"

NOCHE 4

Ella dijo: He llegado a saber, oh rey afortunado, que cuando el pescador dijo al efrit que no le creería como no lo viese con sus propios ojos, el efrit comenzó a agitarse, convirtiéndose nuevamente en humareda que subía hasta el firmamento. Después se condensó, y empezó a entrar en el jarrón poco a poco, hasta el fin. Entonces el pescador cogió rápidamente la tapadera de plomo, con el sello de Soleimán, y obstruyó la boca del jarrón. Después, llamando al efrit, le dijo: "Elige y pesa la clase de muerte que más te convenga; si no, te echaré al mar, y me haré una casa junto a la orilla, e impediré a todo el mundo que pesque, diciendo Allí hay un efrit, y si lo libran quiere matar a los que le libertan".

Enumeró luego todas las variedades de muertes para facilitar la elección. Al oírle, el efrit intentó salir, pero no pudo, y vio que estaba encarcelado y tenía encima el sello de Soleimán, convenciéndose entonces de que el pescador le había encerrado en un calabozo contra el cual no pueden prevalecer ni los más débiles ni los más fuertes de los efrits. Y comprendiendo que el pescador le llevaría hacia el mar, suplicó: "No me lleves, ¡no me lleves!". Y el pescador dijo: "No hay remedio". Entonces, dulcificando su lenguaje, exclamó el efrit: "ah pescador, ¿Qué vas a hacer conmigo?". El otro dijo: "Echarte al mar, que si has estado en él mil ochocientos años, no saldrás esta vez hasta el día del juicio. ¿No te rogué yo que me dejaras la vida para que Alah la conservase a ti y no me mataras para que Alah no te matase? Obrando infamemente rechazaste mi plegaria. Por eso Alah te ha puesto en mis manos, y no me remuerde el haberte engañado". Entonces, dijo el efrit: "Ábreme el jarrón y te colmaré de beneficios". El pescador respondió: "Mientes, ¡oh maldito! Entre tú y yo pasa exactamente lo que ocurrió entre el visir del rey Yunán y el médico Ruyán". Y el efrit dijo: "¿Quiénes eran el visir del rey Yunán y el médico Ruyán? ¿Qué historia es ésa?".

CUENTO DEL VISIR YUNAN Y EL MEDICO RUYAN

El pescador dijo: Sabrás, oh, efrit, que en la antigüedad del tiempo y en lo pasado de la edad, hubo en la ciudad de Fars, en el país de los rumán (los romanos) un rey llamado Yunán. Era rico y poderoso, señor de ejércitos, dueño de fuerzas considerables y de aliados de todas las especies de hombres. Pero su cuerpo padecía una lepra que desesperaba a los médicos y los sabios. Ni drogas, ni píldoras, ni pomadas le hacían efecto alguno, y ningún sabio pudo encontrar un eficaz remedio para la espantosa dolencia. Pero cierto día llegó a la capital del rey Yunán un médico anciano de renombre, llamado Ruyán. Había estudiado los libros griegos, persas, romanos, árabes y sirios, así como la medicina y la astronomía, cuyos principios y reglas no ignoraba, así como sus buenos y malos efectos. Conocía las virtudes de las plantas grasas y secas y también sus buenos y malos efectos. Por último, había profundizado la filosofía y todas las ciencias médicas y otras muchas además.

Cuando este médico llegó a la ciudad y permaneció en ella algunos días, supo la historia del rey y de la lepra que le martirizaba por la voluntad de Alah, enterándose del fracaso absoluto de todos los médicos y sabios. Al tener de ello noticia, pasó muy preocupado la noche. Pero no bien despertó por la mañana se puso su mejor traje y fue a ver al rey Yunán, besó la tierra entre las manos del rey[14] e hizo votos por la duración eterna de su poderío y de las gracias de Alah y de todas las mejores cosas. Después le enteró de quién era, y le dijo: "He averiguado la enfermedad que atormenta tu cuerpo y he sabido que un gran número de médicos no ha podido encontrar el medio de curarla. Voy, oh rey, a aplicarte mi tratamiento, sin hacerte beber medicinas ni untarte con pomadas".

[14] "Besar la tierra entre las manos del rey": inclinarse hasta el suelo y besarla, delante del rey.

Al oírlo, el rey Yunán se asombró mucho, y le dijo: "Por Alah, que si me curas te enriqueceré hasta los hijos de tus hijos, te concederé todos tus deseos y serás mi compañero y mi amigo". En seguida le dio un hermoso traje y otros presentes, y añadió: "¿Es cierto que me curarás de esta enfermedad sin medicamentos ni pomadas?". Y respondió el otro: "Sí, ciertamente. Te curaré sin fatiga ni pena para tu cuerpo". El rey le dijo, cada vez más asombrado: "oh gran médico, ¿Qué día y qué momento verán realizarse lo que acabas de prometer? Apresúrate a hacerlo, hijo mío". Y el médico contestó: "Escucho y obedezco".

Entonces salió del palacio y alquiló una casa, donde instaló sus libros, sus remedios y sus plantas aromáticas. Después hizo extractos de sus medicamentos y de sus simples, y con estos extractos construyó un mazo corto y encorvado, cuyo mango horadó, y también hizo una pelota, todo esto lo mejor que pudo. Terminado completamente su trabajo, al segundo día fue a palacio, entró en la cámara del rey y besó la tierra entre sus manos. Después le prescribió que fuera a caballo al meidán[15] y jugara con la bola y el mazo.

[15] Meidán: plaza consagrada a los juegos.

Acompañaron al rey sus emires, sus chambelanes, sus visires y los jefes del reino. Apenas había llegado al meidán, se le acercó el médico y le entregó el mazo, diciéndole: "Empúñalo de este modo y da con toda tu fuerza en la pelota. Y haz de modo que llegues a sudar. De este modo el remedio penetrará en la palma de la mano y circulará por todo tu cuerpo. Cuando transpires y el remedio haya tenido tiempo de obrar, regresa a tu palacio, ve en seguida a bañarte al hammam y quedarás curado. Ahora, la paz sea contigo".

El rey Yunán cogió el mazo que le alargaba el médico, empuñándolo con fuerza. Intrépidos jinetes montaron a caballo y le echaron la pelota. Entonces empezó a galopar detrás de ella para alcanzarla y golpearla, siempre con el mazo bien cogido. Y no dejó de golpear hasta que transpiró bien por la palma de la mano y por todo el cuerpo, dando lugar a que la medicina obrase sobre el organismo. Cuando el médico Ruyán vio que el remedio había circulado suficientemente, mandó al rey que volviera a palacio para bañarse en el hammam. Y el rey marchó en seguida y dispuso que le prepararan el hammam (el baño).

Se lo prepararon con gran prisa, y los esclavos apresuráronse también a disponerle la ropa. Entonces el rey entró en el hammam y tomó el baño, se vistió de nuevo y salió del hammam para montar a caballo, volver a palacio y echarse a dormir. Y hasta aquí lo referente al rey Yunán.

En cuanto al médico Ruyán, éste regresó a su casa, se acostó, y al despertar por la mañana fue a palacio, pidió permiso al rey para entrar, lo que éste le concedió, entró, besó la tierra entre sus manos y empezó por declamar gravemente algunas estrofas: ¡Si la elocuencia te eligiese como padre, reflorecería! ¡Y no sabría elegir ya a otro más que a ti! ¡Oh rostro radiante, cuya claridad borraría la llama de un tizón encendido! ¡Ojalá ese glorioso semblante siga con la luz de su frescura y alcance a ver cómo las arrugas surcan la cara del Tiempo! ¡Me has cubierto con los beneficios de tu generosidad, como la nube bienhechora cubre la colina! ¡Tus altas hazañas te han hecho alcanzar las cimas de la gloria y eres el amado del Destino, que ya no puede negarte nada!

Recitados los versos, el rey se puso de pie, y cordialmente tendió sus brazos al médico. Luego le sentó a su lado, y le regaló magníficos trajes de honor. Porque, efectivamente, al salir del hammam el rey se había mirado el cuerpo, sin encontrar rastro de lepra, y vio su piel tan pura como la plata virgen. Entonces se dilató con gran júbilo su pecho. Y al otro día, al levantarse el rey por la mañana, entró en el diwán, se sentó en el trono y comparecieron los chambelanes y grandes del reino, así como el médico Ruyán. Por esto, al verle, el rey se levantó apresuradamente y le hizo sentar a su lado. Sirvieron a ambos manjares y bebidas durante todo el día. Y al anochecer, el rey entregó al médico dos mil dinares, sin contar los trajes de honor y magníficos presentes, y le hizo montar su propio corcel. Y entonces el médico se despidió y regresó a su casa.

El rey no dejaba de admirar el arte del médico ni de decir: "Me ha curado por el exterior de mi cuerpo sin untarme con pomadas. Oh Alah, ¡qué ciencia tan sublime! Fuerza es colmar de beneficios a este hombre y tenerle para siempre como compañero y amigo afectuoso". Y el rey Yunán se acostó, muy alegre de verse con el cuerpo sano y libre de su enfermedad.

Cuando al otro día, se levantó el rey y se sentó en el trono, los jefes de la nación pusiéronse de pie, y los emires y visires se sentaron a su derecha y a su izquierda. Entonces mandó llamar al médico Ruyán, que acudió y besó la tierra entre sus manos. El rey se levantó en honor suyo, le hizo sentar a su lado, comió en su compañía, le deseó larga vida y le dio magníficas telas y otros presentes, sin dejar de conversar con él hasta el anochecer, y mandó le entregaran a modo de remuneración cinco trajes de honor y mil dinares. Y así regresó el médico a su casa, haciendo votos por el rey.

Al levantarse por la mañana, salió el rey y entró en el diwán, donde le rodearon los emires, los visires y los chambelanes. Y entre los visires uno de cara siniestra, repulsiva, terrible, sórdidamente avaro, envidioso y saturado de celos y de odio. Cuando este visir vio que el rey colocaba a su lado al médico Ruyán y le otorgaba tantos beneficios, le tuvo envidia y resolvió secretamente perderlo. El proverbio lo dice: El envidioso ataca a todo el mundo. En el corazón del envidioso está emboscada la persecución y la desarrolla si dispone de fuerza o la conserva latente la debilidad.

El visir se acercó al rey Yunán, besó la tierra entre sus manos , y dijo: "oh rey del siglo y del tiempo, que envuelves a los hombres en tus beneficios. Tengo para ti un consejo de gran importancia, que no podría ocultarte sin ser un mal hijo. Si me mandas que te lo revele, yo te lo revelaré". Turbado entonces el rey por las palabras del visir, le dijo: "¿Qué consejo es el tuyo?". El otro respondió: "oh rey glorioso, los antiguos han dicho Quien no mire el fin y las consecuencias no tendrá a la fortuna por amiga, y justamente acabo de ver al rey obrar con poco juicio otorgando sus bondades a su enemigo, al que desea el aniquilamiento de su reino, colmándole de favores, abrumándole con generosidades. Y yo, por esta causa, siento grandes temores por el rey".

Al oír esto, el rey se turbó extremadamente, cambió de color, y dijo: "¿Quién es el que supones enemigo mío y colmado por mis favores?". El visir respondió: "oh rey, Si estás dormido, despierta, porque aludo al médico Ruyán". El rey dijo: "Ese es buen amigo mío, y para mí el más querido de los hombres, pues me ha curado con una cosa que yo he tenido en la mano y me ha librado de mi enfermedad, que había desesperado a los médicos. Ciertamente que no hay otro como él en este siglo, en el mundo entero, lo mismo en Occidente que en Oriente. ¿Cómo te atreves a hablarme así de él? Desde ahora le voy a señalar un sueldo de mil dinares al mes. Y aunque le diera la mitad de mi reino, poco sería para lo que merece. Creo que me dices todo eso por envidia, como se cuenta en la historia, que he sabido, del rey Sindabad".

En aquel momento la aurora sorprendió a Schehrazada, que interrumpió su narración. Entonces Doniazada le dijo: "ah, hermana mía, ¡cuán dulces, cuán puras, cuán deliciosas son tus palabras!". Y Schehrazada dijo: "¿Qué es eso comparado con lo que os contaré la noche próxima, si vivo todavía y el rey tiene a bien conservarme?".

Entonces el rey dijo para sí: "Por Alah, que no la mataré sin haber oído la continuación de su historia, que es verdaderamente maravillosa". Luego pasaron ambos la noche enlazados hasta por la mañana. Y el rey fue al diwán y juzgó, otorgó, destituyó y despachó los asuntos pendientes hasta acabarse el día. Después se levantó el diwán, y el rey entró en su palacio. Y cuando se aproximó la noche, hizo el rey la cosa acostumbrada con Schehrazada, su amante e hija del visir. 

viernes, 3 de abril de 2020

Las mil y una noches parte 3 | Cuento del mercader y el Efrit . Viernes, 3 - Abril - 2020

 "Ventana abierta"

Las mil y una noches Sherezade. HISTORIA DEL PESCADOR Y EL EFRIT, INICIO. Viernes, 3 - Abril - 2020

 "Ventana abierta"

NOCHE 3

Doniazada dijo: "Hermana mía, suplico que termines tu relato". Y Schehrazada contestó: "Con toda la generosidad y simpatía de mi corazón". Y prosiguió después: He llegado a saber, oh rey afortunado, que cuando el tercer jeique contó al efrit el más asombroso de los tres cuentos, el efrit se maravilló mucho, y emocionado y placentero, dijo: "Concedo el resto de la sangre por que había de redimirse el crimen, y dejo en libertad al mercader".

Entonces el mercader, contentísimo, salió al encuentro de los jeiques y les dio miles de gracias. Ellos, a su vez, le felicitaron por el indulto. Y cada cual regresó a su país. "Pero, añadió Schehrazada, es más asombrosa la historia del pescador". Y el rey dijo a Schehrazada: "¿Qué historia del pescador es esa?". Y Schehrazada dijo:

HISTORIA DEL PESCADOR Y EL EFRIT, INICIO

He llegado a saber, oh rey afortunado, que había un pescador, hombre de edad avanzada, casado, con tres hijos y muy pobre. Tenía por costumbre echar las redes sólo cuatro veces al día y nada más. Un día entre los días a las doce de la mañana, fue a orillas del mar, dejó en el suelo la cesta, echó la red, y estuvo esperando hasta que llegara al fondo. Entonces juntó las cuerdas y notó que la red pesaba mucho y no podía con ella. Llevó el cabo a tierra y lo ató a un poste. Después se desnudó y entró en el mar maniobrando en torno de la red, y no paró hasta que la hubo sacado. Vistióse entonces muy alegre, y acercándose a la red encontró un borrico muerto. Al verlo exclamó desconsolado: "¡Todo el poder y la fuerza están en Alah, el Altísimo y el Omnipotente!".

Luego dijo: "En verdad que este donativo de Alah es asombroso". Y recitó los siguientes versos: ¡Oh buzo, que giras ciegamente en las tinieblas de la noche y de la perdición! ¡Abandona esos penosos trabajos; la fortuna no gusta del movimiento! Sacó la red, exprimiéndole el agua, y cuando hubo acabado de exprimirla, la tendió de nuevo. Después, internándose en el agua, exclamó: "¡En el nombre de Alah!". Y arrojó la red de nuevo, aguardando que llegara al fondo. Quiso entonces sacarla, pero notó que pesaba más que antes y que estaba más adherida, por lo cual la creyó repleta de una buena pesca, y arrojándose otra vez al agua, la sacó al fin con gran trabajo, llevándola a la orilla, y encontró una tinaja enorme, llena de arena y de barro. Al verla se lamentó mucho y recitó estos versos: ¡Cesad, vicisitudes de la suerte, y apiadaos de los hombres! ¡Qué tristeza! ¡Sobre la tierra ninguna recompensa es igual al mérito ni digna del esfuerzo realizado por alcanzarla! ¡Salgo de casa a veces para buscar candorosamente la fortuna, y me enteran de que la fortuna hace mucho tiempo que murió! ¿Es así, !oh fortuna! como dejas a los Sabios en la sombra, para que los necios gobiernen el mundo?

Luego, arrojando la tinaja lejos de él, pidió perdón a Alah por su momento de rebeldía y lanzó la red por vez tercera, y al sacarla la encontró llena de trozos de cacharros y vidrios. Al ver esto, recitó todavía unos versos de un poeta: ¡Oh poeta! ¡Nunca soplará hacia ti el viento de la fortuna! ¿Ignoras, hombre ingenuo, que ni tu pluma de caña ni las líneas armoniosas de la escritura han de enriquecerte jamás? Y alzando la frente al cielo, exclamó: "Alah, tú sabes que yo no echo la red más que cuatro veces por día, y ya van tres". Invocó nuevamente el nombre de Alah y lanzó la red, aguardando que tocase al fondo. Esta vez, a pesar de todos sus esfuerzos, tampoco conseguía sacarla, pues a cada tirón se enganchaba más en las rocas del fondo. Entonces dijo: "¡No hay fuerza ni poder más que en Alah!". Se desnudó, metiéndose en el agua y maniobrando alrededor de la red, hasta que la desprendió y la llevó a tierra. Al abrirla encontró un enorme jarrón de cobre dorado, lleno e intacto. La boca estaba cerrada con un plomo que ostentaba el sello de nuestro señor Soleimán, hijo de Daud (Salomón, hijo de David, considerado el Señor de los efrits).

El pescador se puso muy alegre al verlo, y se dijo: "He aquí un objeto que venderé en el zoco (bazar) de los caldereros, porque bien vale sus diez dinares de oro". Intentó mover el jarrón, pero hallándolo muy pesado, se dijo para sí: "Tengo que abrirlo sin remedio; meteré en el saco lo que contenga y luego lo venderé en el zoco de los caldereros". Sacó el cuchillo y empezó a maniobrar, hasta que levantó el plomo. Entonces sacudió el jarrón, queriendo inclinarlo para verter el contenido en el suelo. Pero nada salió del vaso, aparte de una humareda que subió hasta lo azul del cielo y se extendió por la superficie de la tierra. Y el pescador no volvía de su asombro. Una vez que hubo salido todo el humo, comenzó a condensarse en torbellinos, y al fin se convirtió en un efrit cuya frente llegaba a las nubes, mientras sus pies se hundían en el polvo. La cabeza del efrit era como una cúpula; sus manos semejaban rastrillos; sus piernas eran mástiles; su boca una caverna; sus dientes, piedras; su nariz, una alcarraza; sus ojos, dos antorchas, y su cabellera aparecía revuelta y empolvada. Al ver a este efrit, el pescador quedó mudo de espanto, temblándole las carnes, encajados los dientes, la boca seca, y los ojos se le cegaron a la luz.

Cuando vio al pescador, el efrit dijo: "¡No hay más Dios que Alah, y Soleimán es el profeta de Alah!". Y dirigiéndose hacia el pescador, prosiguió de este modo: "oh tú, gran Soleimán, profeta de Alah, no me mates; te obedeceré siempre, y nunca me rebelaré contra tus mandatos". Entonces exclamó el pescador: "oh gigante audaz y rebelde, tú te atreves a decir que Soleimán (Salomón) es el profeta de Alah. Soleimán murió hace mil ochocientos años, y nosotros estamos al fin de los tiempos. ¿Pero qué historia vienes a contarme? ¿Cuál es el motivo de que estuvieras en este jarrón?".

Entonces el efrit dijo: "No hay más Dios que Alah. Pero permite, oh pescador, que te anuncie una buena noticia". Y el pescador repuso: "¿Qué noticia es esa?". Y contestó el efrit: "Tu muerte. Vas a morir ahora mismo, y de la manera más terrible". Y replicó el pescador: "oh jefe de los efrits, mereces por esa noticia que el cielo te retire su ayuda. ¡Pueda él alejarte de nosotros! Pero, ¿por qué deseas mi muerte?, ¿qué hice para merecerla? Te he sacado de esa vasija, te he salvado de una larga permanencia en el mar, y te he traído a la tierra". Entonces el efrit dijo: "Piensa y elige la especie de muerte que prefieras; morirás del modo que gustes". Y el pescador dijo: "¿Cuál es mi crimen para merecer tal castigo?". Y respondió el efrit: "Oye mi historia, pescador". Y el pescador dijo: "Habla y abrevia tu relato, porque de impaciente que se halla mi alma se me está saliendo por el pie".

Y dijo el efrit: Sabe que yo soy un efrit rebelde. Me rebelé contra Soleimán, hijo de Daud. Mi nombre es Sakhr El-Genni. Y Soleimán envió hacia mí a su visir Assef, hijo de Barkhia, que me cogió a pesar de mi resistencia, y me llevó a manos de Soleimán. Y mi nariz en aquel momento se puso bien humilde.

Al verme, Soleimán hizo su conjuro a Alah y me mandó que abrazase su religión y me sometiese a su obediencia. Pero yo me negué. Entonces mandó traer ese jarrón, me aprisionó en él y lo selló con plomo, imprimiendo el nombre del Altísimo. Después ordenó a los efrits fieles que me llevaran en hombros y me arrojasen en medio del mar. Permanecí cien años en el fondo del agua, y decía de todo corazón: "Enriqueceré eternamente al que logre libertarme". Pero pasaron los cien años y nadie me libertó. Durante los otros cien años me decía: "Descubriré y daré los tesoros de la tierra a quien me liberte". Pero nadie me libró. Y pasaron cuatrocientos años, y me dije: "Concederé tres cosas a quien me liberte". Y nadie me libró tampoco. Entonces, terriblemente encolerizado, dije con toda el alma: "Ahora mataré a quien me libre, pero le dejaré antes elegir, concediéndole la clase de muerte que prefiera". Entonces tú, oh pescador, viniste a librarme y por eso te permito que escojas la clase de muerte".

El pescador, al oír estas palabras del efrit, dijo: "Por Alah, que la oportunidad es prodigiosa, y había de ser yo quien te libertase. ¡Indúltame, efrit, que Alah te recompensará! En cambio, si me matas, buscará quien te haga perecer". Entonces el efrit le dijo: "¡Pero si yo quiero matarte es precisamente porque me has libertado!". Y el pescador le contestó: "oh jeique de los efrits, así es como devuelves el mal por el bien. ¡A fe que no miente el proverbio!". Y recitó estos versos: ¿Quieres probar la amargura de las cosas? ! Sé bueno y servicial! ¡Los malvados desconocen la gratitud! ¡Pruébalo, si quieres, y tu suerte será la de la pobre Magir, madre de Amer! Pero el efrit le dijo: "Ya hemos hablado bastante. Sabe que sin remedio te he de matar".

Entonces pensó el pescador: "Yo no soy más que un hombre y él un efrit, pero Alah me ha dado una razón bien despierta. Acudiré a una astucia para perderlo. Veré hasta dónde llega su malicia". Y dijo al efrit: "¿Has decidido realmente mi muerte?". El efrit contestó: "No lo dudes". Entonces dijo: "Por el nombre del Altísimo, que está grabado en sello de Soleimán, te conjuro a que respondas con verdad a mi pregunta". Cuando el efrit oyó el nombre del Altísimo, respondió muy conmovido: "Pregunta, que yo contestaré la verdad". Entonces dijo el pescador: "¿Cómo has podido entrar por entero en este jarrón donde apenas cabe tu pie o tu mano?". El efrit dijo: "¿Dudas acaso de ello?". El pescador respondió: "Efectivamente, no lo creeré jamás mientras no vea con mis propios ojos que te metes en él". En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

jueves, 2 de abril de 2020

Las mil y una noches Sherezade. CUENTO DEL SEGUNDO Y TERCER JEIQUE. Jueves, 2 - Abril - 2020

 "Ventana abierta"


Noche 2

Doniazada dijo a su hermana Schehrazada: "oh hermana mía, te ruego que acabes la historia del mercader y el efrit". Y Schehrazada respondió: "De todo corazón, y como debido homenaje, siempre que el rey me lo permita". Y el rey ordenó: "Puedes hablar". Ella dijo: He llegado a saber, oh rey afortunado, dotado de ideas justas y rectas, que cuando el mercader vio llorar al ternero, se enterneció su corazón, y dijo al mayoral: "Deja ese ternero con el ganado".

A todo esto, el efrit se asombraba prodigiosamente de esta historia asombrosa. Y el jeique dueño de la gacela prosiguió de este modo: oh señor de los reyes de los efrits, todo esto aconteció. La hija de mi tío, esta gacela, hallábase allí mirando, y decía: "Debemos sacrificar ese ternero tan gordo". Pero yo, por lástima, no podía decidirme, y mandé al mayoral que de nuevo se lo llevara, obedeciéndome él.

El segundo día, estaba yo sentado, cuando se me acercó el pastor y me dijo: "oh amo mío, voy a enterarte de algo que te alegrará. Esta buena nueva bien merece una gratificación". Y yo le contesté: "Cuenta con ella". Y me dijo: "oh mercader ilustre, mi hija es bruja, pues aprendió la brujería de una vieja que vivía con nosotros. Ayer, cuando me diste el ternero, entré con él en la habitación de mi hija, y ella, apenas lo vio, cubrióse con el velo la cara, echándose a llorar, y después a reír. Luego me dijo: "Padre, ¿tan poco valgo para ti que dejas entrar hombres en mi aposento?". Yo repuse: "Pero ¿dónde están esos hombres? ¿Y por qué lloras y ríes así?". Y ella me dijo: "El ternero que traes contigo es hijo de nuestro amo el mercader, pero está encantado. Y es su madrastra la que lo ha encantado, y a su madre con él. Me he reído al verle bajo esa forma de becerro. Y si he llorado es a causa de la madre del becerro, que fue sacrificada por el padre". Estas palabras de mi hija me sorprendieron mucho, y aguardé con impaciencia que volviese la mañana para venir a enterarte de todo".

Cuando oí, oh poderoso efrit (prosiguió el jeique), lo que me decía el mayoral, salí con él a toda prisa, y sin haber bebido vino creíame embriagado por el inmenso júbilo y por la gran felicidad que sentía al recobrar a mi hijo. Cuando llegué a casa del mayoral, la joven me deseó la paz y me besó la mano, y luego se me acercó el ternero, revolcándose a mis pies. Pregunté entonces a la hija del mayoral: "¿Es cierto lo que afirmas de este ternero?". Y ella dijo: "Cierto, sin duda alguna. Es tu hijo, la llama de tu corazón". Y le supliqué: "oh gentil y caritativa joven, si desencantas a mi hijo, te daré cuantos ganados y fincas tengo al cuidado de tu padre". Sonrió al oír estas palabras, y me dijo: "Sólo aceptaré la riqueza con dos condiciones: la primera, que me casaré con tu hijo, y la segunda, que me dejarás encantar y aprisionar a quien yo desee. De lo contrario, no respondo de mi eficacia contra las perfidias de tu mujer".

Cuando yo oí, oh poderoso efrit, las palabras de la hija del mayoral, le dije: "Sea, y por añadidura tendrás las riquezas que tu padre me administra. En cuanto a la hija de mi tío, te permito que dispongas de su sangre".

Apenas escuchó ella mis palabras, cogió una cacerola de cobre, llenándola de agua y pronunciando sus conjuros mágicos. Después roció con el líquido al ternero, y le dijo: "Si Alah te creó ternero, sigue ternero, sin cambiar de forma; pero si estás encantado, recobra tu figura primera con el permiso de Alah el Altísimo". Ella dijo, e inmediatamente el ternero empezó a agitarse, y volvió a adquirir la forma humana. Entonces, arrojándose en sus brazos, le besó. Y luego le dije: "Por Alah sobre ti, cuéntame lo que la hija de mi tío hizo contigo y con tu madre". Y me contó cuanto les había ocurrido. Yo dije entonces: "ah hijo mío, Alah, dueño de los destinos, reservaba a alguien para salvarte y salvar tus derechos".

Después de esto, oh buen efrit, case a mi hijo con la hija del mayoral. Y ella, merced a su ciencia de brujería, encantó a la hija de mi tío, transformándola en esta gacela que tú ves. Al pasar por aquí encontréme con estas buenas gentes, les pregunté qué hacían, y por ellos supe lo ocurrido a este mercader, y hube de sentarme para ver lo que pudiese sobrevenir. Y esta es mi historia". Entonces exclamó el efrit: "Historia realmente muy asombrosa. Por eso te concedo como gracia el tercio de la sangre que pides". En este momento se acercó el segundo jeique, el de los lebreles negros, y dijo:

CUENTO DEL SEGUNDO JEIQUE

Sabe, oh señor de los reyes de los efrits, que estos dos perros son mis hermanos mayores y yo soy el tercero. Al morir nuestro padre nos dejó en herencia tres mil dinares. Yo, con mi parte, abrí una tienda y me puse a vender y comprar. Uno de mis hermanos, comerciante también, se dedicó a viajar con las caravanas, y estuvo ausente un año. Cuando regresó no le quedaba nada de su herencia. Entonces le dije: "oh hermano mío, ¿no te había aconsejado que no viajaras?". Y echándose a llorar, me contestó: "Hermano, Alah, que es grande y poderoso, lo dispuso así. No pueden serme de provecho ya tus palabras, puesto que nada tengo ahora".

Le llevé conmigo a la tienda, lo acompañé luego al hammam (baño publico) y le regalé un magnífico traje de la mejor clase. Después nos sentamos a comer, y le dije: "Hermano, voy a hacer la cuenta de lo que produce mi tienda en un año, sin tocar al capital, y nos partiremos las ganancias". Y, efectivamente, hice la cuenta, y hallé un beneficio anual de mil dinares. Entonces di gracias a Alah, que es poderoso y grande, y dividí la ganancia luego entre mi hermano y yo. Y así vivimos juntos días y días.

Pero de nuevo mis hermanos desearon marcharse y pretendían que yo les acompañase. No acepté, y les dije: "¿Qué habéis ganado con viajar, para que así pueda yo tentarme de imitaros?". Entonces empezaron a dirigirme reconvenciones, pero sin ningún fruto, pues no les hice caso, y seguimos comerciando en nuestras tiendas otro año. Otra vez volvieron a proponerme el viaje, oponiéndome yo también, y así pasaron seis años más. Al fin acabaron por convencerme, y les dije: "Hermanos, contemos el dinero que tenemos". Contamos, y dimos con un total de seis mil dinares. Entonces les dije: "Enterremos la mitad para poder utilizar si nos ocurriese una desgracia, y tomemos mil dinares cada uno para comerciar al por menor". Y contestaron: "¡Alah favorezca la idea!". Cogí el dinero y lo dividí en dos partes iguales; enterré tres mil dinares y los otros tres mil los repartí juiciosamente entre nosotros tres. Después compramos varias mercaderías, fletamos un barco, llevamos a él todos nuestros efectos, y partimos.

Duró un mes entero el viaje, y llegamos a una ciudad, donde vendimos las mercancías con una ganancia de diez dinares por dinar. Luego abandonamos la plaza. Al llegar a orillas del mar encontramos a una mujer pobremente vestida, con ropas viejas y raídas. Se me acercó, me besó la mano, y me dijo: "Señor, ¿me puedes socorrer? ¿Quieres favorecerme? Yo, en cambio, sabré agradecer tus bondades". Y le dije: "Te socorreré; mas no te creas obligada a la gratitud". Y ella me respondió: "Señor, entonces cásate conmigo, llévame a tu país y te consagraré mi alma. Favoréceme, que yo soy de las que saben el valor de un beneficio. No te avergüences de mi humilde condición". Al oír estas palabras, sentí piedad hacia ella, pues nada hay que no se haga mediante la voluntad de Alah, que es grande y poderoso. Me la llevé, la vestí con ricos trajes, hice tender magníficas alfombras en el barco para ella y le dispensé una hospitalaria acogida llena de cordialidad. Después zarpamos.

Mi corazón llegó a amarla con un gran amor, y no la abandoné de día ni de noche. Y como de los tres hermanos era yo el único que podía gozarla, estos hermanos míos sintieron celos, además de envidiarme por mis riquezas y por la calidad de mis mercaderías. Dirigían ávidas miradas sobre cuanto poseía yo, y se concertaron para matarme y repartirse mi dinero, porque el Cheitan (Satanás, el maligno) sin duda les hizo ver su mala acción con los más bellos colores.

Un día, cuando estaba yo durmiendo con mi esposa, llegaron hasta nosotros y nos cogieron, echándonos al mar. Mi esposa se despertó en el agua, y de súbito cambió de forma, convirtiéndose en efrita. Me tomó sobre sus hombros y me depositó sobre una isla. Después desapareció durante toda la noche, regresando al amanecer, y me dijo: "¿No reconoces a tu esposa? Te he salvado de la muerte con ayuda del Altísimo. Porque has de saber que soy una efrita (genio femenino). Y desde el instante en que te vi, te amó mi corazón, simplemente porque Alah lo ha querido, y yo soy una creyente en Alah y en su Profeta, al cual Alah bendiga y preserve. Cuando yo me he acercado a ti en la pobre condición en que me hallaba, tú te aviniste de todos modos a casarte conmigo. Y yo, en justa gratitud, he impedido que perezcas ahogado. En cuanto a tus hermanos, siento el mayor furor contra ellos y es preciso que los mate".

Asombrado de sus palabras, le di las gracias por su acción, y le dije: "No puedo consentir la pérdida de mis hermanos". Luego le conté todo lo ocurrido con ellos, desde el principio hasta el fin, y me dijo entonces: "Esta noche volaré hacia la nave que los conduce, y la haré zozobrar para que sucumban". Yo repliqué: "Por Alah sobre ti, que no hagas eso, y recuerdes que el Maestro de los Proverbios dice: oh tú, compasivo del delincuente, piensa que para el criminal es bastante castigo su mismo crimen; y además, considera que son mis hermanos". Pero ella insistió: "Tengo que matarlos sin remedio". Y en vano imploré su indulgencia. Después se echó a volar llevándome en sus hombros y me dejó en la azotea de mi casa.

Abrí entonces las puertas y saqué los tres mil dinares del escondrijo. Luego abrí mi tienda, y después de hacer las visitas necesarias y los saludos de costumbre, compré nuevos géneros.

Llegada la noche, cerré la tienda, y al entrar en mis habitaciones encontré estos dos lebreles que estaban atados en un rincón. Al verme se levantaron, rompieron a llorar y se agarraron a mis ropas. Entonces acudió mi mujer y me dijo: "Son tus hermanos". Y yo le dije: "¿Quién los ha puesto en esta forma?". Y ella contestó: "Yo misma. He rogado a mi hermana, más versada que yo en artes de encantamiento, que los pusiera en ese estado. Diez años permanecerán así". Por eso, oh efrit poderoso, me ves aquí, pues voy en busca de mi cuñada, a la que deseo suplicar los desencante, porque van ya transcurridos los diez años. Al llegar me encontré con este buen hombre, y cuando supe su aventura, no quise marcharme hasta averiguar lo que sobreviniese entre tú y él. Y este es mi cuento". El efrit dijo: "Es realmente un cuento asombroso, por lo que te concedo otro tercio de la sangre destinada a rescatar el crimen".

Entonces se adelantó el tercer jeique, dueño de la mula, y dijo al efrit: "Te contaré una historia más maravillosa que las de estos dos. Y tú me recompensarás con el resto de la sangre". El efrit contestó: "Que así sea". Y el tercer jeique dijo:

CUENTO DEL TERCER JEIQUE

¡Oh sultán, jefe de los efrits! Esta mula que ves aquí era mi esposa. Una vez salí de viaje y estuve ausente todo un año. Terminados mis negocios, volví de noche, y al entrar en el cuarto de mi mujer, la encontré acostada sobre los tapices de la cama con un esclavo negro. Estaban conversando y se besaban haciéndose zalamerías. Al verme, ella se levantó súbitamente y se abalanzó a mí con una vasija de agua en la mano; murmuró algunas palabras luego, y me dijo arrojándome el agua: "¡Sal de tu propia forma y reviste la de un perro!". Inmediatamente me convertí en perro, y mi esposa me echó de casa. Anduve vagando hasta llegar a una carnicería, donde me puse a roer huesos. Al verme el carnicero, me cogió y me llevó con él.

Apenas penetramos en el cuarto de su hija, ésta se cubrió con el velo y recriminó a su padre: "¿Te parece bien lo que has hecho? Traes a un hombre y lo entras en mi habitación". Y repuso el padre: "¿Pero dónde está ese hombre?". Ella contestó: "Ese perro es un hombre. Lo ha encantado una mujer; pero yo soy capaz de desencantarlo".

Su padre le dijo: "Por Alah sobre ti, devuélvele su forma, hija mía". Ella cogió una vasija con agua, y después de murmurar un conjuro, me echó unas gotas y dijo: "¡Sal de esa forma, y recobra la primitiva!". Entonces volví a mi forma humana, besé la mano de la joven, y le dije: "Quisiera que encantases a mi mujer como ella me encantó". Me dio entonces un frasco con agua, y me dijo: "Si encuentras dormida a tu mujer, rocíale con esta agua y se convertirá en lo que quieras". Efectivamente, la encontré dormida, le eché el agua, y dije: "¡Sal de esa forma y toma la de una mula!". Y al instante se transformó en una mula, y es la misma que aquí ves, sultán de reyes de los efrits".

El efrit se volvió entonces hacia la mula, y le dijo: "¿Es verdad todo eso?", y la mula movió la cabeza como afirmando: "Sí, sí; todo es verdad". Esta historia consiguió satisfacer al efrit, que, lleno de emoción y de placer, hizo gracia al anciano del último tercio de la sangre... En aquel momento Schehrazada vio aparecer la mañana, y discretamente dejó de hablar, sin aprovecharse más del permiso.

Entonces su hermana Doniazada dijo: "ah, hermana mía, ¡cuán dulces, cuán amables y cuán deliciosas son en su frescura tus palabras!". Schehrazada contestó: "Nada es eso comparado con lo que te contaré la noche próxima, si vivo aún y el rey quiere conservarme". Y el rey se dijo: "Por Alah, que no la mataré hasta que le haya oído la continuación de su relato, que es asombroso". Después el rey y Schehrazada pasaron enlazados la noche hasta por la mañana. Entonces el rey marchó a la sala de justicia. Entraron el visir y los oficiales y se llenó el diwán de gente. Y el rey juzgó, nombró, destituyó, despachó sus asuntos y dio órdenes hasta el fin del día. Luego se levantó el diwán y el rey volvió a palacio.